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LOS ADORABLES CACHORROS DEL PP

Una pequeña representación de las dos españas se vio las caras el otro día en la puerta de la Audiencia Nacional. Por un lado, bien custodiado del otro por un cordón policial, los jóvenes de las Nuevas Generaciones del PP que acudieron (sacrificando el día estival y su merecido reposo en algún espectacular destino) para apoyar a María Dolores de Cospedal en el amargo trance de ser obligada a declarar. Enfrente de estos saludables cachorros conservadores, bien alimentados, bronceados y megapijos, la fealdad de la pobreza tomaba cuerpo en los ancianos estafados por las preferentes. Individuos sin glamour, con ropas de mercadillo y gesto airado que proferían improperios contra santa Mª Dolores y cantaban escalofriantes coplas exigiendo no se qué sobre tirar de una manta. Cosas de pobres. El caso es que esta milicia de frikis que abuchean a los próceres de la patria cuando les toca visitar los juzgados resulta muy antiestética  y además, puede crear la falsa impresión de que el pueblo está hasta los mismísimos colondrios de tanto chorizo que se le está comiendo el pan. La situación exige contrarrestar esa masa vulgar y replicante. Para ello, ¿quiénes mejor que esos jovenzuelos cuyos esculpidos cuerpos por el squash o el paddle no han sido   jamás mancillados por el roce de una prenda que no sea de marca? Por eso, porque son profesionales en cuestiones de marcas y etiquetas, son los representantes idóneos para exportar la imagen de la marca España en lo universal.  Lástima que no todos pensemos lo mismo. Personalmente, la visión de la camada pepera desafiando altaneros a los preferentistas me dio mucho asco. Percibí ese desprecio chulesco de rancia genética propio del fascismo. Evidentemente, estas podridas manzanas no han caído muy lejos del podrido árbol. Ahora salen de sus cómodas mansiones y sus anodinas vidas regaladas para dar la cara por los salteadores que financian su estilo de vida. Los traen en autobuses para que enseñen sus perfectas dentaduras a los desarrapados parias de la tierra.
 ¡Que se anden con cuidado! Que si algo tiene el vulgo, es que es muy susceptible a las desagradables sonrisas de las hienas. Lejos de helarnos la sangre, nos la puede poner al rojo vivo.

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