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UN PAÍS SIN VERGÜENZA

UN PAÍS SIN VERGÜENZA
Garzón declara desde Argentina, sentir vergüenza de que su país haya vuelto la espalda a las víctimas del franquismo. ¡Vergüenza! Un sentimiento que crece parejo a la indignación entre la ciudadanía. En esta tierra media poblada de esperpentos y fantasmas, los fachillas encuentran un habitat seguro y provechoso. Siempre estuvieron aquí. No tuvieron que cambiar un ápice de su discurso fascista para continuar medrando política y socialmente durante la democracia. Se les permite (como a Falange) presentarse a las elecciones y publicar en sus webs violentas odas de apología golpista con absoluta impunidad. Por si las moscas. No sea que los señoritos se encabronen y vuelvan a liarla parda como en el 36.
Los represaliados continúan en las amargas fosas del olvido cobarde para no reabrir heridas. ¡Qué delicada muestra de sensibilidad... con los asesinos! Estos huesos son rehenes de un país conmocionado por el miedo. Sin bemoles para juzgar a los verdugos de miles de compatriotas que continúan en los agujeros donde fueron arrojados. Podridos de vergüenza.
En un requiebro de mi pensamiento, me vienen a la mente las palabras del monarca sobre nuestra salida de la crisis: "Con un cuchillo en la boca y sonriendo". ¡Ahí va un órdago de raza torera carpetovetónica!. A chulos no nos gana nadie de Juan Carlos I para abajo. Pero para limpiar la casa propia nos convertimos en gallinas. Gracias a ello, los herederos ideológicos de aquellos barros ocupan cargos destacados en nuestra política. Gracias a la permisividad institucional de la que disfrutan, pueden difundir que quieren que se declare un estado de guerra y que se envíe al ejército a apaciguar Barcelona. Como hacen el suegrísimo y el cuñadísimo de nuestro "moderado" ministro de justicia, Ruiz-Gallardón, desde la Fundación Francisco Franco. Fundación que, por otra parte se ha venido nutriendo de sustanciosas subvenciones con el dinero de todos nosotros. Incluidas las familias de los ejecutados por el régimen de Franco. ¿No les parece una ironía fina propia del marqués de Sade? Pues eso: ¡Mucha vergüenza!

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