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¡RECÓRTENME LA VIDA!

¡RECÓRTENME LA VIDA!
Al fin conocemos los auténticos desvelos del FMI. Sus afanes ocultos, que no tienen nada que ver (aunque les cueste creerlo) con la redistribución de la riqueza ni con la necesidad de poner freno a los abusos financieros contra los más débiles. A Lagarde y compañía tampoco les quitan el sueño los oscuros tejemanejes en los que se desenvuelve la organización que representan. Ni la influencia que ejercen para doblegar la política mundial a la voluntad de los mercados. Mucho menos que desaparezcan los servicios básicos para los ciudadanos o que los jóvenes se enfrenten a un futuro color hormiga. Ya nos advirtieron que, al menos a esta generación (echando un cálculo a ojo cubero y por lo bajo), podíamos darla por perdida.
Lo que produce el insomnio de los miembros del FMI es otra cosa. Nada más y nada menos que el hecho de que la gente viva más de lo esperado. Pero de lo esperado, ¿por quién?. ¿Por los propios ancianos que no pueden cumplir con esa máxima de vive deprisa, muere joven, etc.? ¿Por una descendencia cansada de la obstinada longevidad del abuelito que no le permite heredar? ¿Por la Organización Mundial de la Salud que empieza a sospechar que vivir tantos años puede deberse a un virus en peligrosa expansión?
Al parecer, la verdad es mucho más cruda y descarnada que las anteriores opciones. El FMI ve en el aumento de nuestra esperanza de vida un grave riesgo para la economía y propone soluciones de mercado para mitigarlo. Conociendo lo que les gusta a esta gente la máquina recortadora, me temo lo peor. Quizás propongan una especie de crédito vital, elástico según clases sociales por supuesto, que cuando se agote nos haga explosionar automáticamente. Puede que, en definitiva, eso sea más humanitario que alargarnos la edad de jubilación hasta el infinito y rebajarnos las pensiones.
Pero claro, no se pueden pedir peras al olmo. Ni humanidad al Fondo Monetario Internacional.

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