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IGUALES ANTE LA MUERTE

IGUALES ANTE LA MUERTE

Todos vamos a morir. Ninguno de entre nosotros, ya sea nacido en alta cuna o en chamizo de paja, se escapará de la parca. Sin embargo, algunos viven como si fueran a hacerlo eternamente. Acumulan poder, posesiones y riquezas aún a costa de la miseria de otra gente. Los pobres son para ellos prematuros cadáveres con derecho a la nada. A veces, alcaldes de ley y orden eliminan la pobreza del paisaje urbano. Limpian las calles de indigentes por anti-estéticos y malolientes. Otra cosa sería ver mendigos con zapatos de guzzi que impregnaran el aire de perfumes carísimos. ¿Me da algunos euros para ir al estilista?¿Una limosnita para pagar el club de golf, caballero? Pero la pobreza, la de verdad, es obstinadamente fea. Ofende a las exquisitas pupilas de la élite. Lo que no se ve, no existe y no puede provocarte dolores de conciencia. Vaciemos las calles de la residual escoria. Apaguemos los informativos a la hora en que un bebé desnutrido de Somalia nos clava sus enormes cuencas desde la pantalla. Lo que no se ve, no existe. Tampoco la muerte. Siempre se puede distraer la mirada de la funeraria pila de difuntos precoces que nos recuerdan que su paúperrima carne es igual a la nuestra. Que todos estaremos muertos algún día. La tierra nos espera democráticamente. No hace distingos, eso es cosa de los vivos. Pobres y ricos, nos pudrimos cada día mientras vamos muriendo. Unos de la inanición que provoca la injusticia de los depredadores. Otros del hambre insaciable, canibal y pantagruélica que les empuja a devorar el pan de todos.

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