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LA JUVENTUD ALGODONERA

LA JUVENTUD ALGODONERA
Últimamente suceden fenómenos extraordinarios en nuestra sociedad. El periodo en el que a una persona se le considera joven, es decir en edad de formarse o a medio hacer según se entienda, cada vez es más elástico. Tanto, que los nuevos contratos de formación contemplan la posibilidad de que señoras y señoras treintañeros se puedan acoger a la flexibilidad que ofrece esta bicoca. Ya puedo escuchar el envidioso rechinar de dientes de los cuarentones o cincuentones que se ven excluidos por ser demasiado añosos. Pero que no desesperen. Dada la versatilidad de los sucesos paranormales a los que nos están acostumbrando los nigromantes políticos y empresariales no deben descartar que, de aquí a poco, hasta mi abuelita disfrute de una prórroga juvenil que le ayude a incorporarse al moderno cultivo de algodón. Porque en realidad se trata de eso, de convertir el mundo laboral en una despensa de recolectores desechables que bendigan la mano del amo que les da de comer. Poca cantidad y por corto plazo, es verdad, pero peor sería que además se les pudiera administrar cuarenta latigazos si flojean. Y eso no es legal. Todavía.
Lo que no se puede negar es que la sangre de los esclavistas del Mississippi bulle jubilosa por las arterias de nuestra patronal. Les ha tocado el gordo. Trabajadores que podrán exprimir pagandoles el salario mínimo interprofesional, exención de cuotas empresariales a la seguridad social, concatenación de contratos sin la obligación de transformarlos en indefinidos. Y como colofón ¡Tachín, tachín! un periodo de prueba de un mes sin derecho a cobro ni indemnización. Conclusión, nuestros volátiles empresarios podrán usar y tirar mano de obra con más rapidez y facilidad de la que se mudan de interiores. ¡Será por parados entre los que escoger! En fin, que el decreto no creará más empleo pero socializará la precariedad y repartirá la explotación entre más gente. Algo es algo. Siempre resulta difícil contentarnos a todos.

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