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¿LOS MADEROS CUIDAN DE NUESTRA SEGURIDAD?

¿LOS MADEROS CUIDAN DE NUESTRA SEGURIDAD?

Hay profesiones que no se puede negar que son vocacionales. La de policía, sin duda, es una de ellas. El problema acontece cuando las inquietudes que mueven estas inclinaciones no tienen nada que ver con servir y proteger a la ciudadanía sino, más bien, con repartir candela impunemente. De entrada, he de recalcar que existe gente decente entre las fuerzas del orden que no comparten la filosofía camorrista. Pero por desgracia, debe haber un enorme coladero en los test psicológicos que se realizan entre los distintos cuerpos. Porque de otra forma no se entendería esa sed de sangre insatisfecha que emanaba de los comentarios en facebook del guardia urbana Ferrán T.F. que no podía esconder la frustración que le produjo no ser participe de la manta de hostias que los indignados de Plaza Catalunya recibieron de los mossos. Este psicópata reprimido se lamentaba de no haber podido dar ni una colleja a los hijos de puta perro-flauta que ocupaban la Plaza. Me lo puedo imaginar babeando de impotencia mientras sus camaradas, policías de la Generalitat, se afanaban al más puro estilo de las SS en administrar jarabe de palo a los acampados con la satisfacción que produce cumplir con la obediencia debida. ¡Cómo debió envidiar esa ausencia de conciencia individual que proporciona su status! ¿Y qué me dicen de los comentarios que intercambió con sus colegas de perfil neonazi en la red? Eso de mandar a los guarros a las cámaras de gas ¡ups! querían decir duchas, claro, que apostillaba un tal Mark Castillo. O los celos que manifestaba otro amiguete denominado Wolfman Ivan Wolfman por el espectáculo de hostias al que pudo asistir su company del alma. Que tipos como estos sean los responsables de cuidar de nuestra seguridad me parece pelín inquietante. Pero mucho más que no se haya tomado ninguna medida contra el guardia de la porra incontinente más allá de abrir un simple expediente informativo. Si yo formara parte del estamento policial lo querría depurado de peligrosos sociópatas que enturbiaran la buena labor de otros agentes. No me gustaría tener por compañero o subordinado a un individuo que se desnudara de la ética por vestir un uniforme. Me horrorizaría la idea de que la vida de otras personas, y la mía propia, estuvieran en manos de estos personajes que son más propios de otros tiempos y regímenes de más negra entraña que la que corresponde a un estado democrático.

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