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TEATRO PARA LA RABIA

TEATRO PARA LA RABIA

En las montañas pirenaicas de Castanesa tocan a difuntos. Esos parajes, de belleza frágil e irrepetible, han sido condenados a la pena capital por la incapacidad del Gobierno de Aragón para rentabilizar y preservar su territorio simultáneamente. La ley de la Montaña no llegó a tiempo para establecer una amnistía sobre el destino, que la especulación y la cultura del ladrillo, le tenían reservado. Al contrario que otras leyes, diseñadas a corte y confección para facilitar entelequias surrealistas e insostenibles como Gran Scala, se ralentizó su materialización a sabiendas de que la suerte, la mala suerte para nuestras montañas, ya estaba echada. Mientras tanto, se montó el teatrillo de la Mesa de las Montañas. Hay que hacerle creer al populacho que su opinión importa. Interpretar una parodia democrática convenciéndonos de que existe diálogo donde ya estaba escrito el monólogo. Cientos de kilómetros de pistas, remontes, proyectos de nuevos edificios como el del Collado de Tous a casi 2.300 metros de altura y un clásico de nuestra cultura medioambiental: sazonarlo todo convenientemente de urbanizaciones que sirvan para amortizar los gastos de la faraónica empresa. Ese es el plan que la DGA tiene para nuestro patrimonio natural. La voluntad del pueblo, que presentó una iniciativa popular avalada por miles de firmas para protegerlo, no les hizo desviarse de ni un milímetro de la estrategia de despiece y mercadeo que ya tenían trazada. La crisis económica les ayuda a sacar pecho para justificar la masacre. Todo vale cuando se hace en nombre del hipotético progreso de las comarcas. ¿Pero puede venir el progreso de la mano de la destrucción? ¿De verdad creemos que vamos a conseguir riqueza sacrificando nuestros mayores tesoros y arrebatando a nuestros hijos la mejor herencia que les podemos legar? Hoy la rabia me dicta las palabras. Pero también la tristeza. Un desgarro del alma que me impide, en estos momentos, sentir orgullo por ser aragonesa.

Publicada en Diagonal Aragón y en El Mundo el 2 de febrero del 2010

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